Ese
era su nombre. Lo conocí en un Chat y como un depredador me atrapó. Por esa época no
tenía idea que era BDSM, y menos aún, que alguien pudiera disfrutar
sexualmente con su práctica.
Empezó a atraerme hacia sí poco a poco. Lo que inicialmente me cautivó fue su voz, una voz profunda y gutural que parecía venida de un abismo, (el mismo en el cual me sumergí) después fue su charla inteligente y divertida, hablábamos de cualquier tema, desde las memorias de Adriano hasta la pequeña Lulú, ¿o eran las edades de Lulú?
Me contaba de cómo eran sus mañanas invernales y yo en contra posición le conversaba de las mías soleadas y con un cielo tan límpido que no permite fantasear con nubes. Y entre charla y charla cualquier día me preguntó si tenía el coño depilado, así como quien pregunta que hora es, y yo le fui respondiendo con la misma naturalidad que sí, que aunque tenía poco vello corporal y nadie me había instruido en ello, me lo depilaba desde los 16 años, entonces siguió el mismo hilo y fue indagando sobre cómo me gustaba que me follaran, si practicaba sexo oral, si mi marido (ahora ex marido) me comía el culo, si usaba juguetes sexuales, etc., y yo como autómata le contestaba que me excitaba una polla gruesa penetrándome violentamente, que hasta me corría cuando la chupaba, que sólo me habían follado por detrás cuatro veces en toda mi vida (la primera prácticamente violada) y que nunca había usado ningún juguete.
Y entonces dijo lo que me acabó de hundir: “¿Quieres ser Mía?” y yo sin pensarlo siquiera le respondí: “Sí quiero”. A partir de ese momento empezaron las llamadas, a mi coste por supuesto, porque el maldito lo único que pagó de su propio peculio fue un par de horchatas y dos granizados de limón; la compra de juguetes sexuales que ni siquiera sabía qué eran, como usarlos ni como pedirlos en los sexshop; la instalación de webcam en mi ordenador y mis primeras agujetas en el gimnasio porque al señor le parecí algo pasada de kilos.
Debía
vestir siempre con falda a excepción de los domingos que estaba
autorizada para vestirme como quisiera, sin tanga todos los días y con
los labios vaginales y pezones pintados con labial carmesí, una vez a la
semana debía llevar puestas bolas chinas durante doce horas y día de
por medio debía llamarlo al móvil desde mi oficina, generalmente me
ordenaba que me situara en un lugar concurrido o que tuviera afluencia
de gente, así que me iba para donde mis secretarias, o al baño, o la
cafetería, tan pronto me contestaba lo saludaba con respeto y siempre
tratándolo de usted, debía describirle con detalle como iba vestida y
las sensaciones que había experimentado hasta ese momento, luego con esa
voz… Su voz que me derretía y me hacía mojar tan pronto le oía, lograba
que mi libido fuera in crescendo hasta lograr que gimiera de placer
pidiéndole otro, y otro, y otro, "por favor, no quiero parar Amo".