30.10.13

La Venus de Urbino

Estoy de nuevo frente a ella. Hace ya muchos años, siglos, la tuve delante en carne y hueso, rezumando vida. 
Hoy la he encontrado aquí, en Florencia, en la Galleria degli Uffizi, pintada tal como lo hice en 1538. 
Me llamo Vecellio di Gregorio Tiziano, mejor dicho, me llamaba, porque estoy muerto hace siglos. Este que escribe en realidad es su sombra, su hado, su rastro. 

Aquella fresca madrugada los sirvientes del duque me sacaron de mis aposentos y casi a empujones me llevaron a las dependencias privadas de su residencia en donde pasaba unos días invitado en Urbino.
-Rápido, rápido- me apremiaban mientras a grandes pasos recorríamos los largos pasillos mal iluminados. Desconcertado entré al dormitorio de la duquesa mientras mis acompañantes cerraban la puerta quedándose del otro lado. Lo que vi es lo que ven vuestras mercedes ahora. Una mujer recostada en un gran sofá, sus sirvientas buscando las ropas con qué vestirla y el duque Francesco Maria della Rovere sentando observando la escena. 

-Maestro, quiero que pinte a mi esposa como la ve, quiero recordarla tal como ahora se muestra para vos- dijo sin dejar de mirar a su esposa. 
-¿Deseaís un desnudo Excelencia?- le pregunté mientras me situaba a su altura.
-No maestro, no os pido un desnudo. Os pido que pintéis a mi esposa recién follada-. Las sirvientas al fondo debieron oír nítidamente la voz de su señor, pero ni giraron la vista. La Duquesa sonrió cómplice a su esposo. 
-Miradla bien. Observadla. Quedaos con cada detalle de esta madrugada. Ved como entra la luz del día al fondo. Como dormita su perrito a sus pies. Quedaos con este instante mi admirado Tiziano porque no volveréis a tener otra ocasión-. 

Había pintado cientos de desnudos ya, de todas las formas posibles. Mas de una modelo había posado para mí luego de habérmela follado. Pero este encargo era algo totalmente novedoso para mí. Tan sólo el original encargo años después de doña Isabella D´Este pudo competir con el del Duque. 

Me concentré en memorizar cada detalle, cada gesto, cada reflejo... 
El pelo rubio y rizado cayendo lánguidamente por sus hombros, su piel blanca y tersa, su mano tapando su pubis, la gran perla colgando de su oreja, sus mejillas sonrosadas aún por los calores del goce, su mirada complacida. La sábana blanca arrugada y sucia donde se apreciaban las manchas del licor de los amantes, era el testimonio de la pasión de la noche vivida.
-Terminad maestro. Espero que seáis consciente de la delicadeza del encargo y de la privacidad que requiere. Retiraos ya, la duquesa siente frío-. 

Oigo el murmullo de los turistas invadiendo las galerías. Pobre Duque... Si supiera que impúdicamente se exhibe a su esposa. 
Debo retirarme ya al mundo de las sombras. Miro un último instante el rostro de la Venus y siento el dolor agudo que produce la nostalgia. 

La Venus de Urbino, o el retrato de una amante satisfecha.

16.10.13

Ahogo

No puede respirar y siente que se le va la vida...

A su alrededor sólo existen la oscuridad y el ahogo, ese ahogo que cada vez es más insoportable. Si por lo menos pudiera tomar una pequeña bocanada de aire, pero no, el aire no llega y la oscuridad no cesa. Está completamente desorientada, ¿cuánto tiempo ha pasado? No lo sabe, pero le parece que ha transcurrido una eternidad.
En su aquí y ahora apenas siente la pesada asfixia que lo envuelve todo; aunque también hay algo más, un sabor que le resulta familiar, que tiene grabado en su memoria como marca de hierro caliente al rojo vivo, sí, es Su sabor...

Por fin la libera, la luz intempestiva la ciega pero se siente aliviada porque puede respirar, tragar algo de saliva y poner polo a tierra. Tiene escasos segundos que apenas le permiten tomar nueva provisión de aire y contemplarle a lo lejos para ver sus ojos fijos en ella.

Otra vez la oscuridad, el ahogo y Su sabor...

Pero ahora es distinto, entra en juego otra sensación, una muy diferente a lo que ella conoce hasta ese momento. ¡Dios mío! -piensa- ¡Me estoy muriendo!
Nunca antes había sentido ésto, debe ser lo que llaman el breve espacio en que el alma abandona el cuerpo. Se siente liviana, casi etérea y sus piernas se agitan sin poderlas controlar. Siente una caricia a la cual no está acostumbrada y por tal razón no puede precisarla en su mente.

Él bebe de sus jugos como un sediento perdido en el desierto que acaba de encontrar un oasis, su oasis. Nunca antes la había tenido así, totalmente entregada a su lujuria recién descubierta, dejándose hacer, abriendo su coño hermoso y sonrosado sólo para él. Su lengua se aplica a proporcionarle más placer, desea que goce tanto como él viene haciéndolo desde hace unos meses, quiere darle más, necesita seguir, pero un fuerte tirón de sus cabellos se lo impide.


Vuelve a respirar y no es consciente de si realmente estuvo muerta, tal vez sí, pero eso ya no importa, ahora lo único que vale la pena es que Ella, su Dueña, siga gozando mientras cabalga sobre su cara y por eso se esmera en satisfacerla hundiendo su lengua hasta tocar Su fibra más íntima.
Ella grita, gime, y Sus fluidos le bañan boca y nariz durante Su prolongado orgasmo. Entonces le vuelve a ver a lo lejos, está echado en un rincón como lo que es, y tan quieto y silencioso como si no estuviera allí.

Se le ilumina la cara con una sonrisa maliciosa. Esta vez su Dueña dispuso premiarla a ella y que fuera él, Su perrito, quien se quedara con las ganas...

10.10.13

Ana María

Contrario a lo que pudieran pensar quienes me conocieron o creyeron conocerme, mi último pensamiento en aquella aciaga madrugada fue para ti.

Recuerdo el temblor que me estremeció de la cabeza a los pies cuando vuestro hermano me enseñó una foto tuya, y luego, cuando posteriormente recibí las cartas mediante las cuales me invitaban a pasar la Semana Santa en vuestra casa, no cabía en mí de gozo, tanto, que escribí a mis padres: “Mi gran amigo me invita espléndidamente. He recibido una carta de su padre, notario de Figueras, y de su hermana (una muchacha de esas que ya es volverse loco de guapas) invitándome también, porque a mí me daba vergüenza de presentarme de huésped en su casa. Pero son una clase de familia distinta a lo general y acostumbrada a vida social, pues esto de invitar gente a su casa se hace en todo el mundo menos en España. Él tiene empeño en que trabaje esta semana santa en su casa de Cadaqués y lo conseguirá, pues me hace ilusión salir unos días a pleno mar y trabajar y ya sabéis vosotros cómo el campo y el silencio dan a mi cabeza todas las ideas que tengo”. 

Te acompañé a todas las procesiones y misas, no porque fuera católico, que lo soy, sino por el placer de ver el meneo de tus caderas al caminar y oír el repicar de tu taconeo en las calles empedradas. Soñaba con que me adoraras con la misma devoción, verte arrodillada, pero a mis pies.
Fue una semana en la que pasé las noches en vela esperándote en mi habitación, pero nunca llamaste a mi puerta. Y en las mañanas, al ver mis ojeras, sonreías, porque sabías que resignado a mi suerte de no tenerte, había derramado mi deseo por ti en mis manos, ellas habían sido el reemplazo de tu esquivo y ansiado coño.

Pasaron dos años hasta que volví a verte. En cada una de mis cartas te hice saber que seguías presente en mi memoria, que hablar de ti me permitía mantener vivo tu recuerdo, te escribí muchas veces: "Querida Ana María: llevo varios días en Granada y a cada momento tengo necesidad de hacer un retrato tuyo a mis hermanas". "( ... ) Dichosa tú, Ana María, sirena y pastora al mismo tiempo, morena de aceitunas y blanca de espuma fría. ¡Hijita de los olivos y sobrina del mar!". 

En mi segunda visita mi estancia fue más prolongada, eso me permitió terminar de seducirte y lograr mi cometido, necesitaba poseerte, hacerte mía.
A finales de julio con el pretexto de conocer una de las calas más bellas que tenía el lugar, dimos un largo paseo por la playa. Me hablaste de tu sueño de escribir y plasmar en letras la belleza de Cadaqués y la admiración por tu hermano, también me confesaste tus secretos más íntimos mientras el rubor se apoderaba de tus lozanas mejillas y yo te contemplaba extasiado.

Te besé. Un beso largo y profundo. Te dejaste hacer. Mis manos volaban como palomas por tu cuerpo y tú les permitías volar.
Te despojé de tus prendas una a una, la tramontana alborotaba tus cabellos y mis besos erizaban tus pezones, los chupé y mordisqueé disfrutando de ese par de aceitunas que me ofrecías.
Tumbados en la playa recorrí tu piel con mi boca. Tu coño esponjoso se abrió de par en par para mí y te brindé el placer de tu primer orgasmo. Gemías muy quedo para que yo no pudiera oírte, un gemido que ahogaba el ruido del mar, no querías parecer vulnerable ante mí, pero al estremecerte con cada uno de mis lametones no podías engañarme.
Te penetré con un deseo rabioso, que ni las olas del mar que nos bañaban pudo apagar. Susurré a tu oído: -Eres mía, sólo mía- y en ese momento tuve la seguridad que no lo serías de nadie más...

"Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua, 
 el miedo a la emoción que te aguarda en la calle. 
 Canto la sirenita de la mar que te canta 
 montada en bicicleta de corales y conchas... 

 No mires la clepsidra con alas membranosas, 
 ni la dura guadaña de las alegorías. 
 Viste y desnuda siempre tu pincel en el aire 
 frente a la mar poblada de barcos y marinos."

No volví a verte, pero siempre estuviste en mi pensamiento, desde aquella vez tu recuerdo no me abandona, y a esta hora, cuando son las 4:45 de la madrugada del 18 de agosto de 1936, sigue aquí, conmigo...


Nota: Anna Maria cultivó la mística del recuerdo lorquiano retenido en su casa de Es Llané. Ella aseguraba que oía la fulgurante risa de Federico; el eco de sus bromas, de "increíble y sorprendente ingenuidad", y su voz "bella y totalmente inolvidable".

2.10.13

Más alto

“Más alto, quiero más altura”

-Eminencia ¿Cuánto más alto?-, responde con temor el maestro de las obras.
-Quiero que se vea desde México

Recorro estas parduscas tierras a las que las nieblas no abandonan jamás. Las cepas blancas por la helada se retuercen como doloridas. Que lejos estoy de ti. Que lejos estoy de mi obispado de Yucatán. Las torres de la portada siguen subiendo y subiendo. Hace ya cinco años que me alejé de ti.

Podrías hacer recaer sobre nosotros, Señor, todo el rigor de tu justicia, porque hemos pecado contra ti y hemos desobedecido tus mandatos; pero haz honor a tu nombre y trátanos conforme a tu inmensa misericordia.

No tuve reparos ni prejuicios para hacerme contigo.Utilicé el método más rápido y efectivo. La confesión. Tu confesión. Arrodillada a mi lado ibas dándome las armas para poseerte, te llevaba más y más adentro en una trampa certera.


Conseguí que los pecados de la carne fueran los únicos que me relataras y los únicos para los que te arrodillabas piadosamente a mis pies.
Y las penitencias iban menguando.

-¿Has tocado esta semana tu sexo, Antífona?
-Sí padre
-¿Has pensado en el miembro del hombre entre tus piernas hija?
-Si Padre
Tus ojos negros como la tierra que nos acogía y de la que eras hija brillaban a la luz de los candelabros.
-¿Deseas a tu confesor Antífona?
Y tú mano entraba entre mis ropajes púrpuras para encontrar mi miembro caliente…
-Sí Padre…
-Recibe pues tu penitencia…- y atrapando tu oscura melena mestiza metía tu cabeza entre mis piernas para que saciaras mi deseo y el tuyo.


Como superior vuestro os ordeno que volváis a vuestras tierras. Regresad a Castilla por el bien de vuestra alma y de la Santa Madre Iglesia.

Eras la portadora de una de las mayores dotes del Virreinato. Un regalo suculento para el que había ya pretendientes poderosos y de gran linaje. Nuestras prácticas secretas dejaron de serlo y la conveniencia de apartarnos llegó hasta el Consejo de Indias.

Gustabas de rezar a última hora de la tarde, cuando la luz de las velas apenas iluminaban las inmensas naves de mi catedral. Te arrodillabas en uno de los bancos más ocultos, en el transepto, frente a la capilla de María Magdalena, la prostituta. Y en susurros comenzabas tus salmos:

1:5 Morena soy, Oh hijas de Jerusalén, pero codiciable
      Como las tiendas de Cedar,
      Como las cortinas de Salomón.
1:6 No reparéis en que soy morena,
      Porque el sol me miró.

Oía el monótono recitar. Por él me guiaba entre las sombras de las naves, hasta encontrarte, mi oscura mestiza.
Entonces en un baile milimétricamente ensayado y repetido yo me situaba detrás de ti, elevaba tu cintura, apartaba las sedas y lienzos que ocultaban tu culo, aferraba mis manos a tu cintura y profanaba tu coño con suavidad.
Continuabas con tus letanías mientras tu esponjado sexo atrapaba mi miembro más y más adentro, con ardiente intensidad, incrementando el ritmo de las embestidas y entrecortando tu voz, y con ella los rezos.
Te sentabas en los lóbregos bancos de madera y abriéndote para mí, todavía jadeante me increpabas:

4:16 Venga mi amado a su huerto,
        Y coma de su dulce fruta.

Mi lengua te poseía, te adoraba, te martirizaba, te deleitaba, te consumía en el pecado. Cada volumen carnoso lo chupaba con la esperanza de darte más placer,  más gozo. El olor del incienso se mezclaba en mi nariz con el de tu vulva hinchada.

Y cuando llegábamos al culmen recitabas aquello que yo te había hecho aprender:

6:3 Yo soy de mi amado, y mi amado es mío.

Y abrías la boca para recibir mi esperma blanco y caliente. Recobrábamos el aliento abrazados el uno al otro sin querer preguntarnos nada, sin hablarnos.

Perdí mi obispado y con él te perdí a ti. Ahora con el oro que amasé construyo esta catedral perdida en este páramo con la esperanza de que… tal vez, un atardecer mientras camino por sus espacios en penumbra, logre oír tu letanía mestiza. Por eso elevo las torres, para que las veas desde México, mi amada.


Nota:
Fray Antonio Alcalde, obispo de Yucatán y Guadalajara donó gran cantidad de oro para levantar la Iglesia de Santiago en Cigales.
Expresó su deseo de que las torres se vieran desde México. No se ha comprobado que no se vean.
Las torres se divisan desde una gran distancia.