"Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos."
Francisco de Quevedo
Bombeo sangre como las plantas clorofila a sus hojas. Diríase que tu
silueta acciona el semillero de mis huevos, germinando en mi
polla. Enredaderas azules ascienden por el talle de mi miembro.
Bombeo sangre tan generosamente que me asusto, ¿de dónde procederá este caudal hemoglobínico? me pregunto asombrado.
Crecerá hasta el rigor. Lo tengo constatado. Pero contigo temo por las
válvulas que controlan tan biológica función. ¿Y si no cesa de
crecer? ¿Puede el deseo hacer descarrilar la naturaleza?
Pero ni el asombro ni la angustia impiden homenajearte. Tu foto son
pixels en una pantalla, impulsos binarios, efervescencias lumínicas; son
todo eso y algo más.
No voy a descubrir el "algo más". Eso es privado. Pero es lo que convierte
una paja en un acto de devoción, una corrida en una ofrenda de deseo,
un alivio en un acto de desesperación.
Te miro, para descubrir secretos en tu cuerpo. Y mientras, me deleito
practicando la arqueología en tu bajo vientre, dibujando las rutas por
las que una lengua pudiera navegar sobre tu piel, calculando la
resistencia de tu coño al penetrarlo.
Duro. Duro mi miembro y duro no sentirte. Ya sé como acabará todo. No hace falta consultar el oráculo. Y quiero, y no quiero.
Abres la liviana tela negra como invitándome a mirarte por última vez
antes de sacrificarme en leche. Y sí, claro que te miro. Te miro con
lascivia, te coloco los adjetivos más sucios que encuentro, los más
rastreros, los más bajos... mi puta, mi adorada puta....
¿Dime qué quieres? pronuncio en el silencio, vamos puta, ¿dime qué
quieres? Y a cada sílaba que pronuncio mi espalda se va arqueando y mi
culo se vuelve bronce.
Nunca contestas, te encanta el silencio, déjarme hacer.
Pero...cerré los ojos. Y en la oscuridad sentí tus manos agarrando mi
cabeza llevándola hasta tu vientre, arrastrándola tirando de mi pelo
hasta tus sombrías posesiones y una vez allí, apretándola hasta ahogarme,
oí tu voz licuada... "Dame la leche de tu polla cabrón, dame lo que
fermenta en tus huevos... dáselo a tu puta...."
Pasó un segundo o toda una eternidad, no lo sé.
La luz volvió. Con ella la consciencia.
Regresó el aire a mis pulmones, vi mi mano convertida en una copa
rellena de blancuzco licor, me dolía la espalda y mi polla era una
fragua abandonada.
Tu foto seguía en la pantalla. Silenciosa. Acerqué mis labios..... Besos que no llegan a ninguna parte.