Estoy de nuevo frente a ella. Hace ya muchos años, siglos, la tuve delante en carne y hueso, rezumando vida.
Hoy la he encontrado aquí, en Florencia, en la Galleria degli Uffizi, pintada tal como lo hice en 1538.
Me llamo Vecellio di Gregorio Tiziano, mejor dicho, me llamaba, porque estoy muerto hace siglos. Este que escribe en realidad es su sombra, su hado, su rastro.
Aquella fresca madrugada los sirvientes del duque me sacaron de mis aposentos y casi a empujones me llevaron a las dependencias privadas de su residencia en donde pasaba unos días invitado en Urbino.
-Rápido, rápido- me apremiaban mientras a grandes pasos recorríamos los largos pasillos mal iluminados. Desconcertado entré al dormitorio de la duquesa mientras mis acompañantes cerraban la puerta quedándose del otro lado.
Lo que vi es lo que ven vuestras mercedes ahora. Una mujer recostada en un gran sofá, sus sirvientas buscando las ropas con qué vestirla y el duque Francesco Maria della Rovere sentando observando la escena.
-Maestro, quiero que pinte a mi esposa como la ve, quiero recordarla tal como ahora se muestra para vos- dijo sin dejar de mirar a su esposa.
-¿Deseaís un desnudo Excelencia?- le pregunté mientras me situaba a su altura.
-No maestro, no os pido un desnudo. Os pido que pintéis a mi esposa recién follada-. Las sirvientas al fondo debieron oír nítidamente la voz de su señor, pero ni giraron la vista. La Duquesa sonrió cómplice a su esposo.
-Miradla bien. Observadla. Quedaos con cada detalle de esta madrugada. Ved como entra la luz del día al fondo. Como dormita su perrito a sus pies. Quedaos con este instante mi admirado Tiziano porque no volveréis a tener otra ocasión-.
Había pintado cientos de desnudos ya, de todas las formas posibles. Mas de una modelo había posado para mí luego de habérmela follado.
Pero este encargo era algo totalmente novedoso para mí.
Tan sólo el original encargo años después de doña Isabella D´Este pudo competir con el del Duque.
Me concentré en memorizar cada detalle, cada gesto, cada reflejo...
El pelo rubio y rizado cayendo lánguidamente por sus hombros, su piel blanca y tersa, su mano tapando su pubis, la gran perla colgando de su oreja, sus mejillas sonrosadas aún por los calores del goce, su mirada complacida. La sábana blanca arrugada y sucia donde se apreciaban las manchas del licor de los amantes, era el testimonio de la pasión de la noche vivida.
-Terminad maestro. Espero que seáis consciente de la delicadeza del encargo y de la privacidad que requiere. Retiraos ya, la duquesa siente frío-.
Oigo el murmullo de los turistas invadiendo las galerías. Pobre Duque... Si supiera que impúdicamente se exhibe a su esposa.
Debo retirarme ya al mundo de las sombras. Miro un último instante el rostro de la Venus y siento el dolor agudo que produce la nostalgia.
La Venus de Urbino, o el retrato de una amante satisfecha.